El hadita que vivirá por siempre
Andrés Beltanien
Érase una vez una malvada bruja que no pudo soportar la felicidad ni la chispa del hada que vivía en aquel bosque, a algunas millas de su aquelarre, pues había intervenido en miles de cuentos para ayudar a otros a encontrarse a sí mismos, darles un empujoncito de fe o conferirles una carroza para que asistieran a un baile de medianoche. Aquel hadita hacía la vida de otros más feliz. Por eso, usando su varita, portadora de una terrible magia obscura, la malvada bruja la hechizó...
El hadita cayó en cama por dos años y, conforme pasó el tiempo, la magia con la que tanto hizo maravillas se desvaneció. Estaba triste, dolida. ¿Cómo iba a ayudar ahora a los habitantes del bosque y de los demás reinos sin el poder con el que había nacido?
Un día, mientras descansaba en su camita junto a su familia (bastante numerosa, por cierto), llamaron a la puerta de su casa, dentro de aquel árbol. Cuando su hermana la abrió, se encontró con una fila larguísima de criaturas mágicas y humanos que se perdían en el horizonte, a los que el hadita ayudó en algún momento de sus vidas. Eran miles. El hadita se sorprendió de verlos a todos juntos, como si hubieran acordado ir a verla para darle ánimos. Muchos de ellos sostenían regalos en sus manos o lomos.
A lo largo de la tarde, cada uno se acercó a agradecerle una vez más por lo que hizo por ellos, pero más importante, a contarle cómo su esencia tan dulce, cariño y calidez los hizo verse de una manera diferente, los hizo sentirse amados, al punto que sus vidas se transformaron más allá de lo que la magia era capaz de hacer. El hadita se dio cuenta de que no necesitaba magia, ella era la magia. Por primera vez en meses, sonrió.
Cuando el último ser de la fila se acercó a ella, el hadita sintió paz. Sabía quién era Él. El hombre se sentó a su lado, le sirvió una tacita de té, se la dio de beber y le agradeció por haber dado lo mejor de sí misma en el cuento de su vida. Luego le tomó la mano con afecto; ella le acarició el brazo.
—Es hora de irnos, mi amor. Tu cuento en el bosque ha concluido, pero mi cuento contigo en mi hogar recién empieza. —El hombre le dio un beso en la frente—. Es momento de partir.
El hadita se puso de pie con dificultad. Su familia la abrazó, mostrándole el amor que le tenían; eran conscientes de que volverían a verla cuando llegara el su momento. Le sonrieron.
¡Fua! El hadita y Narrador desaparecieron abrazados en una columna de luz blanca. Sus padres, su hermana, sus tíos, sus primos, sus amigos y todos aquellos que la amaban suspiraron tranquilos. Ella estaría bien, mejor que nunca. Era un hada hermosa.
Muchos años después, siguió contándose todo lo que aquella hadita hizo, pues su luz brilló por siempre en los corazones de quienes conoció. Su nombre era Analú.
Nos vemos en cielo, Analú. Te voy a querer siempre.